Lesbiana gazteen istorioak. Salir del armario en la adolescencia

Institutoan neskak mutilekin ateratzen hasten dira eta mutilak neskekin. Baina zu neska zara eta neskak gustatzen zaizkizu. Hala mutila zara eta mutilak atsegin dituzu. Bakarrik sentitzen zara: zure inguruan ez duzu zure egoeran dagoen jenderik ezagutzen. Telesailetara jotzen duzu: The L Word, Queer As Folk, Glee… Askotan telesail horiek ez dute animo handirik ematen: heteroak ez diren pertsonaiek bazterkeria bortitza bizi dute.

Andrea heterosexualaren papera egiten saiatu zen bolada batetan. Behean kontatzen digu nola onartu zuen bere buruaren aurrean eta jendearen aurrean lesbiana zela. ‘Flores en el parque’ laburmetraiako neskek txata erabili dute zitak lortzeko, baina euren zitetan normalean egoten diren nerbio eta txarto-ulertuak etengabekoak dira. Eta zu? Nola daramazu? Kontatu iezaguzu zure prozesua, zure lehenego zitak eta harremanak… Gomendioren bat emango zenieke beste gazteei?

Bollos de leche

Andrea Momoitio

-¿Dónde te metiste ayer? Desapareciste. Te estuvimos llamando.
-Ya. Es que me fui con un chico que conocía del pueblo.
-¿Os enrollasteis?
-Claro, tía.

Esa es, y no otra, la mentira que más repetí durante mi adolescencia. No me imagino lo difícil que debe ser vivir esa etapa como lesbiana. No lo sé porque no fui lo suficientemente valiente y viví aquellos años haciendo ver que me gustaban los hombres. Llegué a creerme que era posible mantener eternamente aquel engaño y que, además, hacerlo me facilitaría la cosas. En mi entorno, empezaba a hablarse de gais, pero ni una sola alusión a la existencia de lesbianas. La gran mentira de mis años adolescentes se sostenía sola. Nadie ponía en duda mi condición de heterosexual y no me suponía demasiado esfuerzo evitar cualquier tipo de comentario o alusión a otras posibilidades.

El problema llegó con el amor. Una chica aparece en mi vida y mi mentira se tambaleaba peligrosamente. Pasábamos horas hablando por el ‘messenger’ y el resto del tiempo, estábamos juntas. Ninguna entendía que nos estaba pasando, pero ambas sabíamos que aquello no era una relación común de amistad. Recuerdo, con una nitidez que me asusta, la primera vez que nos besamos. No recuerdo tanto el beso como las lágrimas. Antes de aquello, aunque he tardado años en aceptarlo, muchas veces me había mirado en el espejo y había repetido infinidad de veces: “No me gustan las mujeres. No me gustan las mujeres”. Pero me enamoré de una. Vivimos una relación adolescente que estuvo marcada por las mentiras y los escondites secretos. Acabó sin un solo beso en público, sin habernos dado la mano nunca. Mi gente, desde la familia a los amigos, no quisieron saber a qué se debían mis caras tristes. Sólo los heterosexuales encuentran consuelo para el desamor.

Pero los años, y mi acercamiento al movimiento feminista, me hicieron entender que no era ningún monstruo condenado a la oscuridad. Me abrieron las puertas a un mundo que me pertenecía, pero por el que debía pelear más que el resto. Ahora, recuerdo muy lejanas las noches sin dormir, los sentimientos de culpabilidad y cada una de mis salidas del armario. Algunas me produjeron escalofríos, pero otras supusieron una sensación de libertad que me acompañará siempre. Quién me iba a decir a mí que esa palabra que tanto me torturaba (lesbiana, lesbiana, lesbiana) pudiera significar ahora la mayor de las libertades.

Muchos y muchas creen que la situación ha cambiado en los últimos años y que sólo existen pequeños reductos de lesbofobia. La realidad nos dicta que están equivocados. Los progresos son mínimos y formales, pero las lesbianas seguimos siendo discriminadas, desde todos los frentes, a diario. Los años me han enseñado que el proceso es difícil y doloroso, pero inevitable. Mostrarse lesbiana en un mundo patriarcal es un acto de valentía que podemos posponer, pero nunca evitar.

Cada una de nosotras hemos vivido procesos muy diferentes: lentos, rápidos, traumáticos, divertidos, reversibles, inevitables, forzados, sorprendentes y esperados. Escucharéis hablar a expertos y expertas, a vuestras familias y a vuestras amistades. Todos tienen una opinión formada sobre lo que significa no ser heterosexual, pero se trata de tu vida. De tus sentimientos. Tómate el tiempo que necesites. Disfruta de la vida y del amor con naturalidad y, sobre todo, sin miedo. No veas The L Word escondida. No mientas. No beses a quien no quieres besar. No finjas ser alguien que no eres. No disimules tu identidad, ni tu manera de entender la sexualidad. No te escondas de nada ni de nadie. Y ten algo presente: no hay colegio, ni clase, en la que no haya una persona que no se identifique con las etiquetas que nos plantaron, sin preguntar, al nacer. Rompe con ellas. Písalas. Escúpelas. Enciérralas en el armario de tu habitación.