“El maltrato” #beldurbarik

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Egilea: Yaiza Argibai Berbel

Kategoria: 1 (12-17 urte)

Herria: Ortuella

 

-¿Por qué ya no me besas cuando te vas a trabajar?

¿Qué ha pasado con nuestros sueños, nuestros proyectos?

¿Por qué ya no me cuentas tus problemas ni escuchas los míos?

– No sé. No sé lo que nos ha pasado. Yo creo…

-Yo creo que  nos falta dialogo, nos falta…

Así podría comenzar la discusión en cualquier pareja, que tras los primeros años trata de salvar su relación, hundida ya en el aburrimiento y el hastío.

Pocas son las soluciones cuando se rompe la convivencia  en una pareja. Cuando aparece el egoísmo es cuando la pareja empieza a romperse,  empiezan los reproches las discusiones…    Cada uno empieza a valorar lo que realmente ha aportado a esa relación, y casi siempre hay una parte que se siente más perjudicada por el hecho de que piensa que el ha aportado más que la otra persona. Es entonces cuando intenta conseguir de alguna forma eso que el piensa que a dado y no ha recibido. A partir de ahí cualquiera de las partes puede optar de una manera consciente o subconsciente a maltratar al otro.  No solo  físicamente, que es evidente el gran daño que produce (y el paso que se da de sometimiento del otro a su voluntad), sino porque una vez traspasados estos límites no hay marcha atrás y si la hay difícilmente se encuentra sin ayuda.

Realmente si lo analizamos profundamente se trata mayormente de un problema de educación y no de relación, por esos algunas personas maltratadas tienden a ser maltratadoras también.

Algunos y algunas, optan por el maltrato psicológico, que no es que sea mejor ni peor, es diferente, pero de igual forma anulan la personalidad de la víctima.

Porque realmente en estos casos las personas que lo sufren son auténticas victimas, no solo porque están siendo maltratadas sino también porque sufren incomprensión y rechazo social.

La mayor parte de las veces los casos de maltrato se producen con la complicidad encubierta del entorno que los rodea; amigos, familiares, hijos… La opinión de los más cercanos cuenta mucho a la hora de denunciar un caso de semejante tamaño,  se trata de silenciar o de quitarle importancia, en vez de denunciarlo abiertamente desde el primer momento, para evitar males mayores.

El qué dirán tiene un peso específico importante en la solución del problema. L a peor ayuda que que se puede prestar cuando se tiene conocimiento de un caso de maltrato es hacer oídos sordos o no meterse en los problemas de pareja, cuando se tiene la certeza de un maltrato, porque es establecer una relación de complicidad con el maltratador, haciendo sentirse culpable, al mismo tiempo, a la víctima.

Normalmente se llega a esta situación por pequeños detalles, como una cosa tan absurda como el reparto de tareas.

La historia de la humanidad está plagada de ejemplos del domino que ejerce un sexo sobre otro, mayormente el masculino sobre el femenino.

Por eso las mujeres desde tiempos ancestrales siempre han estado en un segundo plano en la vida social salvo raras excepciones.

La diferente educación recibida por niños y niñas desde su infancia, provoca que cada uno actúe conforme más normas preestablecidas por la sociedad ha recibido, en la edad adulta. De ahí que haya trabajos eminentemente masculinos y tareas exclusivamente femeninas. Por esa razón, dentro de la pareja, se han establecido diferentes roles en los que, generalmente, la mujer ha salido perjudicada, ya que durante cientos de generaciones el hombre era el señor de la casa y la mujer poco menos que un instrumento de placer y servidumbre.

Hoy día, gracias a la información y demás adelantos tecnológicos, la mujer ha podido liberarse poco a poco de la esclavitud del hogar, la crianza de los niños y con la incorporación al mundo laboral, del sometimiento al marido. Hoy día las mujeres del  mundo occidental disfrutan de la misma igualdad de derechos y deberes que los hombres, aunque esto más bien es algo teórico más que práctico, pues no obstante sigue habiendo diferente trato y por lo tanto maltrato.

En el resto del mundo, sobre todo en lo que conocemos como tercer mundo, la mujer está mucho más oprimida que en occidente y lo que es peor, sin derecho a réplica.

L a diferencia empieza en nuestra infancia, cuando a los niños y niñas empiezan a diferenciarlos, no solo en casa o en el colegio, sino en cualquier acto social de determinada ascendencia. Antiguamente los adultos iban a clases diferentes en función de su condición sexual. Los niños aprendían a dar patadas a un balón y a jugar a la guerra y a las niñas se les enseñaba a bordar y a sentarse de forma condecorosa en público.

No hay que intentar cambiar las cosas de golpe para que sean los hombres a quienes les ocurrieran tales cosas. Porque si durante milenios la sociedad se ha regido por unas normas claramente machistas, no vamos a arreglar nada tratando de que a partir de ahora sea el feminismo quien imponga su voluntad, no. De lo que se trata es que nadie imponga nada a nadie y que cada uno pueda hacer libremente su voluntad sin necesidad de someter a nadie, sea hombre o mujer. Para eso es necesario que los niños sean educados desde que aprenden a hablar en el respeto. El respeto tiene que ser algo que todo el mundo entienda como algo necesario para la convivencia en todos los ámbitos pero no impuesto a causa del miedo, sino entendiéndolo como la necesidad de escuchar la opinión de los demás porque sabes que así será respetada también la tuya.

Pero el maltrato no podemos reducirlo únicamente a la relación de pareja, también existe el maltrato a los hijos, la mayor parte de las veces como consecuencia de lo anterior, hacia los profesores, porque son entendidos como meros instrumentos de guardia y custodia y pensamos que pueden sustituir la labor paterna cuando debe ser complementaria y, sobre todo, existe el gran olvidado y de que muy poca gente habla que es, el maltrato a las personas mayores.

Maltrato mal entendido por la sociedad, que supone que como son mayores tienen menos necesidad de atención por aparte de la familia, entendiendo muchas de sus quejas como “cosas de viejos”.

Pero no olvidemos que han sido ellos los que se han desvivido por nosotros desde que nacemos hasta que, ya adultos, abandonamos el entorno familiar, para acabar, muchas veces, en cualquier geriátrico como si de un mueble viejo e inservible se tratase. Es entonces cuando más nos necesitan y no hay dinero que pueda pagar un geriátrico donde reciban lo que esperan de sus hijos, es decir, amor.